El Portet fue el último de los tres puertos que se subieron en una etapa de 65 kilómetros que arrancó con una parrilla de salida. Un experimento de la organización que solo puede calificarse de fiasco.
La colocación de los ciclistas no influyó en el desarrollo de la etapa. Se vio la batalla de siempre en los primeros metros, en las rampas del Montée de Peyragudes, para meterse en la escapada del día. Lo de siempre. Pero nada más.
Cuando el semáforo cambió de rojo a verde, los ciclistas que ocupaban las primeras posiciones empezaron a pedalear con parsimonia. Ninguno de los candidatos al podio, algunos aún con aspiraciones a desbancar a Thomas y Froome de los dos primeros puestos, se animó a atacar de salida.
Los únicos ataques que se vieron fueron de corredores secundarios, unos en busca de la etapa y sus objetivos personales, como Julian Alaphilippe, y otros, en teoría, para trabajar más adelante para sus jefes de equipo, como Marc Soler y Alejandro Valverde.